La inteligencia no es algo
adquirido, es inherente, es de nacimiento, es intrínseca a la vida misma. No
sólo los niños son inteligentes, los animales a su manera son inteligentes, los
árboles a su manera son inteligentes. Por supuesto, todos ellos tienen
diferentes tipos de inteligencia porque sus necesidades difieren, pero ahora es
un hecho aceptado que todo lo que vive es inteligente. La vida no puede
existir sin inteligencia; estar vivo y ser inteligente son sinónimos.
El niño al nacer ya es
inteligente y esto es algo único y hermoso es su privilegio, su prerrogativa,
su gloria, pero puede convertirse fácilmente en su agonía cuando se vea
expuesto a las formas de educar o enseñar que le provea el adulto. El solo
hecho de nacer ya es garantía de la inteligencia, sin embargo como lo he dicho
anteriormente conlleva sus propios problemas. Y el primer problema es que se
crea el ego. Hablo de cómo surge el ego infantil gracias a la inteligencia sea
un bebe, un niño, un adolescente, un adulto. Sobre todo cuando de manipular su
entorno para satisfacer sus deseos se trata, es entonces cuando la inteligencia
cobra una relevancia importante para incidir en el medio y cumplir sus deseos.
Observas como la inteligencia es tan real y valiosa que bien puede dar una
serie de problemas si esta no es encauzada adecuadamente.
El ego no existe en ningún
otro lugar excepto en los seres humanos, y comienza a crecer cuando el crece y
gracias a su inteligencia. Los padres, las escuelas, los colegios, la
universidad, todos ayudan a reforzar el ego por la sencilla razón de que
durante siglos el hombre ha tenido que luchar para sobrevivir, y la idea se ha
convertido en una fijación, en un profundo condicionamiento inconsciente: sólo
los egos fuertes pueden sobrevivir en la lucha por la vida. La vida se ha
convertido sólo en una lucha por sobrevivir. A medida que el ego se va haciendo
más fuerte, comienza a rodear a la inteligencia como si fuese una espesa capa
de oscuridad. La inteligencia es luz, el ego es oscuridad. La inteligencia es
muy delicada, el ego es muy duro. La inteligencia es como una rosa, el ego es
como una roca. Y si quieres sobrevivir, dicen ‑los supuestos sabios‑ que tienes
que volverte como una roca, tienes que ser fuerte, invulnerable. Tienes que
convertirte en una fortaleza, una fortaleza cerrada, para que no puedas ser
atacado desde el exterior. Pero entonces te cierras. Empiezas a morir en cuanto
a tu inteligencia se refiere, porque la inteligencia necesita un cielo
abierto, el viento, el aire, el sol para poder crecer, para expandirse, para
fluir. Para seguir viva necesita fluir constantemente; si se estanca, se
convierte poco a poco en un fenómeno muerto.
Permitamos a los niños que
sigan siendo inteligentes. Lo primero es que, si son inteligentes, serán
vulnerables, delicados, abiertos. Si son inteligentes serán capaces de ver la multitud
de falsedades que los rodea. Serán individuos; no serán fácilmente intimidados.
Los puedes aplastar pero no los puedes esclavizar. Los puedes destruir pero no
puedes obligarles a ceder. En un sentido, la inteligencia es algo muy suave,
como una rosa; en otro, tiene su propia fuerza. Pero esta fuerza es sutil, no
es grosera. Esta fuerza es la fuerza de la rebelión, la de una actitud insobornable.
Uno no está dispuesto a vender su alma.
Observa a los niños pequeños y
entonces no me preguntarás; verás su inteligencia. Sí, no son eruditos. Si
pretendes que sean eruditos, es que no piensas que sean inteligentes. Si les
haces preguntas que dependan de la información, no te parecerán inteligentes.
Pero hazles preguntas reales que no tengan nada que ver con la información, que
necesiten una respuesta inmediata, y verás que son más inteligentes que tú.
Por supuesto, tu ego no te permitirá aceptarlo, pero si consigues aceptarlo te
ayudará muchísimo. Te ayudará a ti y ayudará a tus niños, porque si eres capaz
de ver su inteligencia, podrás aprender mucho de ellos.
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