Hay una niña muy pequeña (solo tiene cuatro años), pero que sabe el padrenuestro tan bien como cualquiera de los demás. Su madre se sienta cada noche junto a su cama para oírla. Después la besa y se queda a su lado hasta que ella se duerme, cosa que generalmente sucede cuando cierra los ojos.
Esta noche sus hermanos mayores estaban muy alborotados y su madre los callo pues la pequeña iba a rezar su plegaria. La pequeñuela de cuatro años se encontraba en la cama, en medio de la fina blancura del lino, sus manitas estaban juntas y tenía el rostro serio y grave.
−Padrenuestro −empezó en voz alta.
−Pero ¿Qué es esto? −pregunto su madre, interrumpiéndola−. Cuando decías “el pan nuestro de cada día danos, Señor”, has añadido algo que no he podido oír bien ¿Qué decías? Vamos, dímelo.
La pequeñuela vacilaba, mirando temerosa a su madre.
− ¿Qué dijiste después de “el pan nuestro de cada día danos, Señor”?
−No te enojes mamita querida −contesto la pequeña−.
Dije: “con mucha mantequilla, por favor”
Virtudes y valores se hayan ocultos por doquier, en la inocencia, sobre todo. La inocencia refleja la verdad aun y cuando no se repita una consigna al pie de la letra. La verdad brota de la fuente infantil a costo de todo. Si un breve relato deja entrever una poderosa virtud “la verdad” como no darnos cuenta que poseemos una increíble oportunidad de comulgar con nuestros hijos e hijas afianzándonos de virtudes y valores. Por cada detalle, conducta, reacción o acción que mires en un niño o niña, antes de decir algo detente apreciar de corazón a corazón las virtudes o valores brotando cual manantial de agua pura. Si lo haces a conciencia no dejaras pasar regalos excepcionales que la vida te está otorgando.
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