Aunque la soledad encabeza
frecuentemente la lista de los problemas comunes de los divorciados, su significado profundo tiene muy poco que ver
con el hecho de vivir solo. La soledad es tan común en muchos matrimonios que
dos pueden sentirse tan solitarios como uno. La esposa arriba tendida en la
cama y el marido cabeceando frente al televisor abajo. Lo cual coincide con la
primera hora del siguiente día; la señora en la cocina y el señor en la sala,
marido y mujer que únicamente hablan de asuntos relativos a los hijos. ¿Puede
haber algo más solitario que esta clase de enajenación?
Todos sabemos que se puede estar
solitario entre la multitud, pero en los primeros meses del divorcio todavía
atribuimos nuestros sentimientos de “solitariedad” al hecho de vivir solo. La
solución en esos casos es una agitada vida al trabajo, social o de relaciones
pasajeras cuyo único propósito es el de impedir estar solos con nuestra
soledad. Aunque estas válvulas de escape puedan llenar muchas grietas de la
existencia cotidiana, grietas por la ausencia, no son soluciones para la “solitariedad”
además si se recurre a ella en exceso pueden resultar más destructivas que constructivas. Para superar el agudo
sentimiento de soledad se debe comprender y reponerse del sentimiento de pérdida
y abandono desencadenado por la separación. Al sobrevivir a estos sentimientos
se llega a descubrir que la
supervivencia emocional depende de ti y no de otros.
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