Ocho gusta de la escuela y
hasta le disgusta quedarse en la casa, en especial si ello significa perderse
algún acontecimiento especial. Aunque no obtenga resultados del todo buenos en
su trabajo, aunque sus relaciones con la maestra no sean demasiado buenas está más
capacitado para permanecer en la escuela. Existe mucha mayor relación recíproca
entre la casa y la escuela. Ocho está más interesado en su grupo escolar y
quisiera que su maestra llegara a formar parte de ese grupo. Los niños de ocho entran
al aula con entusiasmo (a menos, como es lógico, que se trate de uno de esos
días malos). El niño de ocho puede desviar la mirada muy fácilmente del
pizarrón a su pupitre. Trabaja con mayor independencia que a los siete y no
necesita la proximidad de la maestra. El impaciente niño (a) de ocho no puede esperar
que se le impartan instrucciones y aunque aparentemente las comprende necesita
que se las repitan. A menudo, después de haber trabajado cierto lapso, se
detiene para hablar con su vecino, diciéndole que debe hacer, preguntándole que
página está leyendo pero puede retornar rápidamente a su trabajo. Le agrada
usar el pizarrón y trabajar en su cuaderno. Dedica su preferencia a la última
tabla de multiplicar que ha aprendido, le agrada pasar de un proceso a otro,
sus desplazamientos pueden incluso ser automáticos; en medio de una
multiplicación, saltara probablemente a una suma o a una sustracción y algo le
advertirá que su mente le está jugando malas pasadas.
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