Las etiquetas que
inconscientemente o conscientemente colocamos al niño tienen un efecto
perdurable y nocivo en ellos. Perdurable, porque el niño no podrá erradicarla
de la noche a la mañana, mucho menos olvidarla. Nocivo porque lesiona
profundamente su autoestima, sea que la eleve o sea que la disminuya, ambas
generan daños emocionales. Si elevas su autoestima se convierte en un niño
creído, pretencioso o dominante y te costara erradicarla con el paso del
tiempo. O bien si la etiqueta disminuye su autoestima lo convertirás en un niño
temeroso, huidizo, con miedo o angustia y generar confianza en el requerirá de
un tremendo esfuerzo del niño. Pese al daño que se le ocasiona a los pequeños
con la etiquetas, no dejo de escucharlas,
incluso en los niños más pequeños. Decimos: «Este niño es obediente y este
otro es muy desobediente. Este niño es una delicia y este otro es un problema».
Estás poniendo etiquetas, y recuerda, al hacerlo estás creando muchos
problemas en el niño. En primer lugar porque cuando le pones una etiqueta a
alguien, estás exigiéndole que se comporte de acuerdo con la etiqueta que le
has puesto, el niño empezara a sentir que tiene la obligación de demostrar que
estás en lo cierto. Si el padre dice: «Mi hijo es un problema», el hijo piensa:
«Ahora tengo que demostrar que NO soy un problema, o bien se esforzara por
demostrar que SI es un problema. Por eso el niño causa más problemas para que
el padre pueda decir: «¿Ves? Este niño es un problema».
Tres mujeres estaban hablando jactándose
de sus respectivos hijos. Una dijo: «Mi hijo solo tiene cinco años y escribe
poesía. Son unos poemas tan hermosos que hasta los poetas consumados sentirían
vergüenza».
La segunda dijo: «Eso no es
nada. Mi hijo solo tiene cuatro años y pinta unos cuadros tan modernos, tan
ultramodernos, que ni siquiera Picasso les encontraría ni pies ni cabeza. Y ni
siquiera usa pincel, lo hace todo con las manos. A veces solo lanza la pintura
contra el lienzo y de la nada sale algo precioso. Mi hijo es un impresionista,
es un pintor muy original».
La tercera mujer dijo: «Eso no
es nada. Mi hijo solo tiene tres años y va al psicoanalista él sólito».
Todas las etiquetas son destructivas.
No etiquetes a nadie, mucho menos a un niño. Los seres humanos tendemos a
pensar colectivamente; difícilmente rescatamos nuestras propias ideas. Oyes un
rumor de que alguien es un problema y lo aceptas. Y después se lo pasas a otro,
y lo acepta. Y el rumor se va difundiendo, la etiqueta va adquiriendo mayores
proporciones. Y un día esa persona lleva una etiqueta de « CONFLICTIVA» con
letras mayúsculas, con luces de neón, de manera que ella misma las lee y tiene
que comportarse de acuerdo con esa etiqueta. Toda la sociedad espera que se
comporte de ese modo, de lo contrario, la gente se enfadaría. «¿Qué haces?
¡Eres conflictiva y estás intentando ser buena! ¡Compórtate como es debido!»
A un niño no debemos
etiquetarlo a tan temprana edad, si es bueno o es malo para el estudio. Si es inquieto
o tranquilo, si es inteligentísimo o muy malo para aprender solo estamos
propiciando impresionantes ondas de rumores, hacia una ser, hacia un niño que
con el tiempo llevara una pesada carga a cuestas y en el momento que quiera erradicarlas
quizá ya haya etiquetado también a sus hijos.
Poseemos la suficiente sabiduría
para no etiquetar a un pequeñito, basta respetar sus propias fortalezas y
debilidades, basta mirar que estamos impregnados de aciertos y desaciertos en
esta vida.
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