Asustado, tímido y cabizbajo era la actitud de un adolescente
que se presentaba ante Consuelo. Había llegado hasta el consultorio llevado por
mama para ser tratado por bullyng. Si, por bullyng. Pero no aquel bullyng donde
él es el agredido. De ese bullyng no hablo, hablo del bullyng que él generaba
en su escuela.
Así me inicie en uno de tantos trabajos terapéuticos.
Transcurrido el tiempo me percate que solo se trataba de un caso de autodefensa
por sus pertenencias, no era bullyng, como había sido etiquetado por el adulto, el cual le estaba generando;
ira, miedo y autoevaluación.
Sin darnos cuenta la vida de un joven o cualquier persona
puede ser etiquetada en un abrir y cerrar de ojos cuando no se tiene la precaución
de las palabras que vertimos con cierta ligereza.
Hoy trabajo terapéuticamente con un hermoso joven que dejo de crear bullyng en su escuela, y cada
que nos miramos nos abrazamos profundamente esperando ansioso iniciar la
sesión para profundizar en sus emociones. Me permite mirarlo, descubrir y
saborear cuan grandioso resulta conocer su; rabia, su ira o sus frustraciones
en un mundo de adultos.
Descubrió por si solo que la ira; era consecuencia de
reprimir el coraje, sobre todo porque no le agradaba compartir sus pertenencias. Cuando al fin descubrió la infinidad de
alternativas para canalizar esa ira, acudiendo a sus de recursos internos sin lesionarse emocionalmente, ni
lesionar a otros, su carita se ilumino como diciéndome; “es verdad Chelo”.
Los meses pasaron y hoy ya no es un niño que crea bullyng,
hoy es un niño alegre que llega al consultorio para regalarme una profunda
sonrisa y un apretadísimo abrazo que me deja sin respiración gracias a la
confianza de saber cómo; dar la bienvenida a sus emociones.
Así que hoy digo; he contribuido con un adolescente
iniciándolo a conocer sus emociones!
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