A
lo largo de los tiempos esto siempre ha sido un problema: qué decirles a los
niños y qué no decirles. En el pasado la estrategia era no contarles los hechos
de la vida, evitarlo en lo posible, porque se le tenía mucho miedo a los hechos
de la vida.
La
misma frase «hechos de la vida» es un eufemismo; simplemente oculta un hecho
sencillo. Para no decir nada sobre sexo, incluso para evitar la palabra «sexo»
han creado esta metáfora, «hechos de la vida». ¿Qué hechos de la vida?
Sencillamente, es para no decir nada sobre sexo.
En
el pasado toda la humanidad ha vivido con este engaño, pero los niños lo descubren
más pronto o más tarde. Y de hecho lo descubren antes que después, y lo
descubren de un modo muy equivocado. Tienen que hacer el trabajo ellos solos
porque no hay ninguna persona apropiada dispuesta a contárselo. Se reúnen,
indagan, se preguntan entre amiguitos, se convierten en mirones y tú eres
responsable por reducirlos a ello.. Recogen información de todas las fuentes
erróneas. Cargarán con estas nociones equivocadas durante toda su vida y tú
eres la causa de esto. Toda su vida sexual se verá afectada por la información
equivocada que han reunido.
En
el mundo existe tanta información equivocada sobre el sexo como es posible.
Incluso en este siglo la gente está viviendo con una profunda ignorancia sobre
el sexo, incluso gente que tú pensarías que tendría que conocerlo mejor.
El
sexo apenas si se enseña como una asignatura pero sin la profundidad que se
requiere; un tema tan inmenso y poderoso, y todavía se encuentra invadido de
prejuicios, tabúes u ocultamientos. Sí, la fisiología del sexo es conocida por
el médico, pero la fisiología no lo es todo; hay capas más profundas: está la
psicológica y está la espiritual. Hay una psicología del sexo y hay una espiritualidad
del sexo; la psicología está sólo en la superficie. Se han efectuado muchas
investigaciones y en este siglo sabemos más que nunca antes, pero el
conocimiento no se está haciendo prevalente, La gente tiene miedo porque sus
padres tuvieron miedo, y ese miedo se ha vuelto contagioso. Tienes que
explicárselo a tus hijos, se lo debes. Y tienes que ser sincero.
‑Mamá, ¿obtenemos nuestra comida de
Dios? ‑Sí, sí lo hacemos, Bárbara. ‑Y en navidades, ¿santa Claus nos trae los
regalos? ‑Correcto. ‑Y en mi cumpleaños, ¿el hada buena trae los regalos? ‑Hmmm...
‑¿Y fue la cigüeña la que trajo a mi hermanito? ‑Cierto. ‑Entonces, ¿qué
demonios está haciendo papá por aquí?
Es
mejor ¡ser sincero! Pero no te estoy diciendo que saltes sobre tus hijos y
empieces a ser sincero quieran ellos o no. Eso también está mal. ¡Espera! Si el
niño pregunta, cuéntale la verdad; si no pregunta no hace falta, todavía no
tiene interés.
En
la mesa, a la hora de cenar, el padre casi se atragantó cuando s u hijo
pequeño le preguntó:
‑Papá.
¿de dónde vengo? Enrojeciendo, papá dijo: ‑Bien, me parece que ha llegado el
momento de que tú y yo hablemos de hombre a hombre. Después de cenar te hablaré
sobre los pájaros y las abejas.
El niño dijo:
‑¿Qué
pájaros y abejas? El pequeño Frankie del final de la calle me contó que viene
de Chicago. Todo lo que quiero saber es de dónde vengo yo.
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