viernes, 22 de febrero de 2013
jueves, 21 de febrero de 2013
Anorexia nerviosa
Un problema que
enfrentan los adolescentes, en especial las niñas es el de mantener el peso que
les dé una figura ideal, estilizada y delgada. Esta preocupación puede
llevarlas a estados patológicos como la
anorexia nerviosa. Esta enfermedad se caracteriza por una preocupación
extremada de perder peso, lo cual puede llegar a poner en serio peligro tanto
la salud como la vida de la niña. El anoréxico es casi exclusivamente del sexo
femenino en su etapa adolescente. La adolescente en su
lucha por el éxito e influenciada por los medios de comunicación elije la
disminución de peso como una de las vías para alcanzar el éxito a través de un
comportamiento competitivo y perfeccionista. Ella desea tener la figura más delgada
y el cuerpo más perfecto que cualquiera otro adolescente de su misma edad. Esto
puede convertirse en una obsesión, lo que la lleva a perder mucho más peso del
que debería perder. Finalmente aparecen los síntomas de la desnutrición, una
pobreza en el racionamiento, notables cambios de personalidad, extremada delgadez,
disturbios hormonales que pueden ocasionar irregularidades en su menstruación, piel
reseca y pálida, perdida de la textura y salud del cabello y baja presión
arterial.
Soniditos
Familiariza al pequeñito con sonidos ambientales. Y para
ello te sugiero que inicies recostándolo boca arriba, acerca tu cara al rostro
del pequeñito y haz pequeños chasquidos con tu lengua, con tus labios, con tus
dedos, con las palmas de tus manos, etc. cuidando que todo sonido que emitas
sea acogedor para no alterarlo.
Olfato, tacto, gusto
Aprovecha los olores, sabores y forma de una naranja para
sensibilizar a tu bebe. Te propongo lo siguiente. Toma una naranja e iníciala a
pelar poco a poco, dásela a oler al pequeñito y continúen hasta terminar de
pelarla, cortarla, sentirla y olerla entre ambos, finalmente consúmanla. Una
sola fruta sensibilizara olfato, tacto y gusto.
miércoles, 20 de febrero de 2013
Defendiendo su territorio
Entre el
nacimiento y los ocho o diez meses de edad, el niño no discrimina entre
conocidos y desconocidos. Le sonríe abiertamente a todo el
mundo, tiende sus bracitos y acepta con placer las caricias de quien se cruce en su camino. Pero trascurrido un
tiempo el bebé sociable da
paso a uno cauteloso que teme a los desconocidos, esconde su rostro contra el cuello de su
madre y se aferra a ella como un koala asustado cuando un extraño intenta tomarlo
en brazos. A partir de ese momento, y gracias a la maduración de sus estructuras
cerebrales específicas, el niño reaccionará "territorialmente",
experimentando
intensa agresividad cuando su terreno (su casa, sus juguetes) son
invadidos por un extraño. Serán las reacciones amistosas del otro, como la
sonrisa amplia, la mirada transparente o la actitud relajada, que también
se activan automáticamente en el otro al percibir una agresión inminente. Lo cual neutralizarán el torrente agresivo que amenaza convertirse en conducta de daño
y darán tiempo para organizar una elaboración consciente y un inmediato
"cambio de conducta". Pero si en vez de sonrisas y miradas claras el
extraño muestra el ceño fruncido, los ojos acerados, la boca apretada y la
actitud tensa y alerta, la agresividad no será neutralizada, sino que se
potenciará y emergerá un repertorio de conductas de daño dependientes de la edad, el género y otros factores. Un niño pequeño morderá; uno algo
mayor dará patadas y golpes de puño; un adolescente varón derribará,
pateará y dará bofetadas, mientras que una joven arañará o repartirá
manotazos. Es un bebe, un niño o un joven defendiendo su territorio cuando
la agresividad lo asalta.
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