Diciembre es una temporada para
profesar amor, es un mes para recordarnos que el amor no solo late en
estos días, el amor es eterno, no tiene día, mes o año es espontáneo, es vida. Diciembre
se me antoja para dar un giro a tan increíbles desbordamientos de afecto, convivencias,
parabienes y reencuentros para adentrarme a las entrañas del amor, para sumergirme
a eso que nos transporta a increíbles círculos de unión. Un mes donde uno sencillamente se siente arropado
por ese calorcito afectivo que se intensifica durante estos días. Todo depende del que tanto
estas familiarizada con el amor, pero no el amor hacia otros, hablo del amor
que te habita, hablo de ti, del que tanto eres amor y no es una cuestión de cursilerías no, es una cuestión de
sensibilidad, del que tanto te amas, respetas y lo prodigas a tus
hijos, independientemente del día, mes o año que vivas. Porque es un hecho que si te amas, no tienes necesidad de buscar como
amar a tus hijos, el hecho se da, así de simple y mágico es el amor: sucede. Y para saberlo ámerita un buceo
a las profundidades de tu Ser porque
solo conociéndote sabrás la verdad, la realidad de lo que te habita.
Desde mi experiencia el amor no
requiere de definición, búsqueda o adquisición sencillamente se manifiesta en
el día a día, en lo que haces, dices o piensas, toda manifestación de vida revela
si el amor te habita. Quien mana amor
es eso; es amor, todo él o ella
es amor y no hablo de ser caritativa o bondadosa no, hablo de que sea cual sea
tu carácter si el amor te habita destilas eso y ello sí que es una divinidad para niños y niñas que tienen la fortuna de vivir,
convivir, desarrollarse y crecer bajo halos de amor envolviéndolos de celestiales energías. Quien tiene la fortuna de vivir y convivir con
tales almas se empapan de la fuerza y el poder que da el amor, se cristaliza en la mirada,
se siente en la cotidianeidad, se respira en el convivir. Amar a los hijos es sencillamente amar desde nuestra esencia y nuestro actuar. La proeza de amar a los hijos esta cimentada bajo la toma
de conciencia de nuestros actos hacia ellos y si uno se arriesga a descubrir si
es realmente amor lo que se está profesando en los niños, uno realmente vive en
comunión con la vida.
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