A partir de los tres años las emociones en el niño afloran con mayor
intensidad. Se inicia a familiarizar con la frustración, la ansiedad, la ira o la
alegría, estados anímicos que los adultos identificamos y manejamos guiados por
la valía interna. En un niño los estados anímicos afloran entre la
cotidianeidad de su vida, no es consciente de ellos, a partir de los tres años se
inicia a familiarizar con las emociones sean positivas o negativas, difícilmente
sabrá discernirlas o comprenderlas. Surgen de la convivencia que le rodea, si
es feliz dará por hecho que todo es alegría pues están siendo cumplidos sus
deseos, pero si la ira lo invade será el efecto de la insatisfacción y sus conductas serán inciertas, agudas y hasta peligrosas, sin embargo solo mediante esta reacción
conocerá el efecto de la ira, de la insatisfacción.
Los padres juegan un papel vital para guiar este desencadenamiento de emociones
sean de agrado o desagrado. Permitir que un niño enfrente la frustración o la
ira porque un juguete no se le compro, o se le llamo la atención por alguna infracción
en casa, es permitirle enfrentar en su pureza total el estado anímico desagradable.
Dar holgura a la alegría porque logro concluir la tarea, obtuvo un
reconocimiento en la escuela o simplemente porque es feliz entre sus amigos, es
recibir a la alegría.
Sin embargo las emociones no fluyen por un camino natural, tendemos a
desvirtuarlas o disfrazarlas por el hecho de no querer ver sufrir al niño, sin
darnos cuenta creamos sus primeras enfermedades emocionales. Deseamos por todos
los medios generar felicidad en nuestros hijos, adoptando conductas que solo desvirtúan
la naturaleza de las emociones. Los clásico, si te portas bien; te compro el
coche que te prometí, si haces la tarea; te llevo al cine, si te comes todo; te
llevo de paseo, promesas que contrario a desarrollar emociones saludables en el
niño generan condicionamientos, el niño se vuelve un experto para reaccionar
a cambio de un bien, un experto en chantajes; “si lo hago...pero me compras”, no
le estamos dando la oportunidad de recibir la frustración o la ira ante una
negativa o ante una llamado de atención, no le damos la oportunidad de
descubrir como se siente la insatisfacción, le damos un fantasía para agigantar
su ego, para pedir más y más. El niño pensara que así se es “feliz” y tu sentirás que
haces feliz a tu hijo. La realidad es otra, en algún momento de su vida el niño
se enfrentara a la insatisfacción y entonces el sufrimiento se multiplicara
porque de pequeño no supo lidiar con la frustración o la ira cuando las
emociones estaban aflorando.
Cuando permitirnos que un niño reciba sus emociones, lo más
saludable es guiarlo sabiamente para sentirlas, sean de agrado o desagrado, sin
bloquearlas o enmascararlas. Permitir que el niño sienta un estado anímico en
su pureza total, es permitirle conocerlas, entonces sabrá cómo actuar cuando
llegue el momento de sumergirse en un mundo de emociones.
Sugerencia de crecebebe; niños malcriados
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