El niño no se enfada, en realidad te tiene miedo.
Y para ocultar ese miedo tiene que proyectar ira.
La ira siempre es para ocultar el miedo.
Cuando somos niños creamos todo tipo de conductas para evadir el miedo. De adultos simulamos estar
contentos para disfrazar la ira, o nos reímos desbordantemente para ocultar la ira o el miedo. Al reír olvidamos, los niños
olvidan, pero sucede lo más grave; las lágrimas
se quedan ocultas. Los miedos se quedan en la
obscuridad y la ira se contiene.
El miedo y la ira son estados tan naturales que lo único que demandan es
abrirles el cauce para darles salida de nuestro cuerpo, abrir todas las
dimensiones anímicas, es lo que espera la mente y el corazón. No enseñemos al niño a tener miedo o
ira, mostrémosle como lidiar con ellas. Son momentos dorados cuando surgen las
polaridades de la vida como el miedo o la serenidad, la ira o la alegría, la
tristeza o la felicidad.
Si conocemos nuestros estados anímicos, estamos en condiciones de mostrar
al niño como lidiar con ellos.
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