Querer es una aventura, es tener miedo
de perder, de ser perdido.
La aventura sucede aquí entre nosotros,
en los pasos más cotidianos. No hay que ir a la selva ni internarse en
territorios desconocidos. ¿Para qué? ¿Conoces algo más desconocido que yo, que
yo y tú, que tú, yo, nuestros hijos? ¿Conoces una aventura mayor que un
encuentro, aun con gente conocida, y en el cual, aparentemente, nada nuevo ha
de suceder?
El orden es el de las normas, las
fronteras, los límites; el orden es el sistema de las ideas y de las creencias
en que una sociedad crece y sobre las cuales opera en cuanto a los fines de la
existencia.
—Los límites, las normas de conducta, no
son lo esencial, pero es como el marco, que permite que lo esencial, tu
creatividad, pueda patentizarse.
El orden es el modo, el estilo, la
manera, las costumbres, que manejaremos para concordar nuestro deseado
encuentro —ir al cine, conducirnos durante un encuentro familiar. Luego, todo
lo que suceda en el encuentro es aventura, espontaneidad pura. Aventura,
gracias al orden.
Orden es a tal hora, hay recreos en el
colegio. Aventura, lo que suceda entre los niños durante el recreo.
Hay orden en la ciencia, hay orden de
composición y de combinación de colores, tonalidades sombras, líneas en el
mundo de las artes, del aprendizaje de
la vida diaria.
—Esos son los límites, hijo mío. En tu
vida privada, en tus relaciones humanas, en el estudio, en el trabajo, en la
calle, en tu casa, en el extranjero, con tu novia, con el hombre que viaja a
tu lado en el colectivo.
Y ese orden termina siendo siempre orden
moral, es decir constitución de unas costumbres (mores en latín significa costumbres, y de ahí el término "moral") adoptadas por un grupo
social, por un sector de la humanidad.
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