Es normal que tu hijo se rebele contra ti. Es normal que a veces no
coincida contigo; es normal que no te comprenda, que no lo comprendas. Es
normal porque ustedes son diferentes, seres diferentes y de diferentes edades,
y comprender al otro es, a veces, una tarea imposible...
Y además porque tú, de una u otra manera, aunque declares lo
contrario, le estás imponiendo tu vida, tu educación, tus maneras, tus
límites.
Eso es normal. No puede ser de otra manera. Nace en tu casa, crece en
tu casa, en tu sociedad, y le transmites lo que tienes, tu lenguaje, tu moral,
tus modales. ¿Qué otra cosa podrías transmitirle?
Al comienzo esa transmisión no puede ser de otra manera, sin
democracia, sin parlamento: la niña tiene un año, dos años, tres años, y no está
en condiciones de discutir normas y reglas. Corre todo por tu cuenta. Y luego
cuando crezca será libre para re-visar las normas que recibió de sus padres,
para criticarlas, reemplazarlas o modificarlas.
En todo caso la confrontación requiere un punto de vista, y un punto
de vista ha de ser elaborado, pensado.
Por eso es buena la confrontación: ayuda a pensar. Y pensar ayuda a
vivir.
La gente dice:
—¿Viste qué rebeldes que son los jóvenes
hoy?
Yo les respondo:
—¿Rebeldes? Para ser rebelde hay que oponerse a algo, a alguien, a una
idea, a un límite, a una norma, a una pauta. Los padres permisivos no crían
hijos rebeldes, sino que producen hijos que directamente ignoran a sus padres y
hacen lo que otros les dictan, otros mucho más autoritarios: la sociedad, la
televisión, la propaganda, la moda, los otros chicos.
Si mi hijo se opone a mí por ideas, por adherirse a otra corriente de
pensamiento, por haber llegado a otros conceptos por los que se hace
responsable, me pone triste por la no coincidencia, pero me pone alegre, feliz,
muy feliz, porque PIENSA.
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