Para saber cómo piensa
espontáneamente el niño pequeño, no hay método tan instructivo como el de
inventariar y analizar las preguntas que hace, a veces excesivamente, casi siempre
que habla. Las preguntas más primitivas tienden simplemente a saber
"dónde" se hallan los objetos deseados y cómo se llaman las cosas
poco conocidas: "¿Esto qué es?" A partir de los tres años, y a veces
antes, aparece una forma esencial de preguntar, preguntas que se multiplican
hasta aproximadamente los siete años: los famosos "por qué” de los pequeños,
a los que tanto cuesta al adulto responder. ¿Cuál es su sentido general? La
palabra "por qué" puede tener para el adulto dos significados
netamente distintos: la finalidad ("¿por qué toma usted este camino?"
O la causa eficiente ("¿A dónde lo lleva?". Todo parece indicar que
los "por qué" de la primera infancia presentan una significación
indiferenciada, entre la finalidad y la causa, aunque siempre implican las dos
cosas a la vez. "¿Por qué rueda?", pregunta un chico de seis años a la
persona que se ocupa de él: y señala una bola que, en una terraza ligeramente
inclinada, se dirige hacia la persona que se halla al final de la pendiente;
entonces se le responde: "Porque hay una pendiente", lo cual es una respuesta
únicamente causal, por lo que el niño, no queda satisfecho con esta explicación
y añade una segunda pregunta: ¿Y sabe la bola, que ahí esta una persona?. La explicación
causal no ha satisfecho al niño, porque él se imagina el movimiento como necesariamente
orientado hacia un fin y, por lo tanto confusamente intencional y dirigido. Lo
que quería conocer el niño era la causa y la finalidad del movimiento de la
bola por ello este ejemplo tan representativo de los "por qué"
iniciales. Esta es una de las razones de los "por qué' infantiles resultan
tan difíciles de interpretar o responder por una conciencia adulta. Por ello la
insatisfacción de un pequeñito, pues su inquietud no queda resulta, contrario a
ello, sus por qué se multiplican hasta
encontrar satisfactoriamente la respuesta que esperan de nosotros, la luz. Una
fracción importante de ese tipo de preguntas se refiere a fenómenos o
acontecimientos fortuitos. Un niño pregunta: "¿Por qué el lago de Ginebra
no llega hasta Berna?" y no sabiendo cómo interpretar esas extrañas
cuestiones, preguntamos a otros niños de la misma edad, para saber qué hubieran respondido ellos a su compañero.
La respuesta, para los pequeños fue cosa sencillísima: si el lago de Ginebra no
llega hasta Berna, es porque cada ciudad debe tener su lago. Dicho de otro modo,
no existe el azar en la naturaleza, ya que todo está "hecho para" los
hombres y los niños, según un plan establecido y sabio cuyo centro es el ser
humano.
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