Cuando iniciamos a trabajar, su cuerpo se perdía entre la
silla y la mesa del consultorio. En pocas palabras su cuerpo me gritaba que en
ese instante lo único que deseaba era desaparecer. Si desaparecer de este
planeta.
Sus padres lo habían llevado hasta el consultorio, pues era
reportado por la escuela como un adolescente antisocial y disperso, ante ello jamás
me cansare de aseverar; los adultos colocamos grandes lozas de etiquetamientos
tontos en las espaldas de otros, y no temo equivocarme de tal juicio.
Nos iniciamos en la terapia de las emociones. Nos
aventuramos a mirarnos, a sentirnos, a permitir a su cuerpo salir gradualmente
para expresarse. Y a la confianza entrar gradualmente en su corazón para
expandirse. Así se inició un adolescente a despedir la timidez que asolaba cada
paso que daba entre adultos.
Hoy es un vivaz joven que llega enfundando en un cuerpo
seguro y cómodo, entre prendas obscuras y guantes de un negro único.
No solo dimos salida a la seguridad... la confianza lo
envolvió a tal grado que habla, discute, opina, sugiere y es capaz de decir a
un adulto que puede enfrentar cualquier reto que se cruce por su camino. Así de
simple resulta el secreto del éxito en un joven que inicia a VIVIR.
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