La
experiencia del niño obsesiona durante toda su vida a la gente inteligente. La
quieren repetir: la misma inocencia, el mismo asombro, la misma belleza. Ahora
es un eco lejano; parece como si la hubiesen visto en un sueño.
Toda
la religión nace de la cautivadora experiencia de la infancia, del asombro, de
la verdad, de la belleza y de la hermosa danza de la vida en todas las cosas. Los cantos de los pájaros, los
colores del arco iris, la fragancia de las flores recuerdan al niño que ha
perdido el Paraíso en lo más profundo de su ser.
No
es una coincidencia que todas las religiones del mundo tengan en sus parábolas la idea de que una vez el hombre
vivió en el Paraíso y de alguna manera, por alguna razón, fue expulsado de él.
Hay diferentes historias, diferentes parábolas significando una verdad
sencilla: estas historias son sólo un modo poético de decir que todo hombre
nace en el Paraíso y después lo pierde. Los retrasados, los poco inteligentes,
lo olvidan por completo.
Pero
las personas inteligentes, sensibles, creativas, siguen estando obsesionadas
por el Paraíso que una vez conocieron y que ahora permanece en ellas como una
tenue memoria, difícil de creer y empiezan a buscarlo de nuevo.
La
búsqueda del Paraíso es nuevamente la búsqueda de tu infancia Por supuesto,
tu cuerpo no será ya el de un niño, pero tu conciencia puede ser tan pura como
la de un niño. Ese es el secreto del camino místico: hacerte de nuevo un niño
inocente, sin contaminarte, sin saber nada, todavía consciente de todo lo que
te rodea, con un profundo asombro y sentido del misterio que no puede ser
desmitificado.
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