Los niños son ante todo seres
intelectuales y durante su desarrollo pasan de una etapa a otra de
acuerdo a sus intereses. Mucha de la actividad del niño que no puede ser
considerada como juego, es en realidad una conducta exploratoria. A través de
este mecanismo el niño aporta al interior de su mente un gran cauce de
experiencias agradables, desagradables, curiosas, amenazantes, retadoras o
enigmáticas. Ante ello el niño requiere saber de qué se trata, procesar la
información recibida, tanto en lo emocional como en lo intelectual y en lo
social. De ahí que el recurso del juego resulta tan valioso para el niño pues
le permite poner de nuevo en escena aquello que ha ocurrido de una manera donde
sucesos y circunstancias se reacomodan en nuevos tiempos y espacios de
acuerdo a sus necesidades y el nivel de comprensión del niño. El proceso del
juego es un camino que corre en dos direcciones; 1) por un lado le
permite al niño hacer suyo todo lo visto, escuchado y sentido
agrupándolo de tal manera según su conveniencia, de acuerdo con la versión
y orientación que el niño quiere darle; 2) el juego a través de las situaciones que vive el niño le brindan la oportunidad de revisualizar aquello que
recibió de primera vista, es decir volver a oír lo ya oído, encontrar sentidos
y relaciones de manera armónica para entender el mundo que le rodea.
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