jueves, 24 de enero de 2013

Efervescencia de las emociones


El hombre es más argumentativo. Esto han aprendido las mujeres: si siguen hasta el fin de la discusión, él ganará. De modo que las mujeres no discu­ten, pelean. Se enfadan y lo que no pueden hacer mediante la lógica lo hacen a través de la furia. Lo sustituyen todo por la ira y, desde luego, el hom­bre que piensa que no tiene sentido tomarse tantas molestias por algo tan insignificante y termina por estar de acuerdo con ellas.
La mujer tiene sus propios argumentos: rom­per platos. Por supuesto, esos platos son los viejos. Jamás rompe los realmente hermosos. Golpea al hombre con la almohada, pero golpear a alguien con una almohada no es un acto violen­to. Una almohada blanda representa una pelea muy poco violenta. Le arroja cosas, pero jamás apunta a darle. Apunta aquí y allá. Pero eso es su­ficiente para dar la alarma. Es lo que ella quiere, que todo el barrio se entere de lo que está sucediendo. Eso aplaca al marido. Este se arrastra y suplica: «Perdóname. Estaba equi­vocado desde el principio. Lo sabía».
A medida que las parejas se asientan, el mari­do olvida todo sobre las discusiones. Cuando en­tra en la casa, respira hondo y se prepara para cualquier cosa irracional que vaya a suceder. 

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