viernes, 7 de septiembre de 2012

Madura...


El hombre se ha estado engañando a sí mismo y a los de­más mostrando ser maduro. Pero solo lo ha adoptado de otros. Lo miro en la violencia que desatamos, en nuestras luchas por ser alguien, en nuestros hijos que van por el mundo a ciegas, en nuestros deseos infinitos por aferrarnos a ser maduros y serios. Y si te dijera que la madurez es lo totalmente opuesto a todo lo que un día escuchamos de otros, quizás te sonara tonto. Pero te afirmo; si adoptas las creencias de otros, serás falso, pseudo. No adop­tes nada. ¡Sé! El adoptar es una barrera para el ser. Y la única manera de ser es empezar desde el principio. La edad mental de la gente denominada normal no supera un lugar situado entre los diez y los trece años; ¡ni siquiera catorce! Y puedes tener setenta u ochenta años, pero tu edad mental se quedó atascada en algún momento antes de la madurez sexual. Una persona queda sellada para siempre en el momento en que alcanza la madurez sexual, a los trece o a los catorce años. Después se va volviendo cada vez más fal­so. Una falsedad tiene que ser protegida con otras falsedades, una mentira tiene que ser defendida con otras mentiras. Y esto no tiene fin. Te conviertes en más de lo mismo; eso es la personalidad, una máscara. La personalidad tiene que ser abandonada, sólo entonces emerge la individualidad. No significan lo mismo. La personalidad es sólo un escaparate; es una exhibición, no es algo real.
La individualidad es tu realidad, no es un escaparate. Uno puede escarbar en ti todo lo que quiera y siempre encontrará el mismo sabor. Se cuenta que el Buda dijo: «Pruébame de cualquier lado y encontrarás el mismo sabor, del mismo modo que si das un sorbo del océano en cualquier lado lo encontra­rás salado». La individualidad es un todo. Es orgánica. Por eso lo primero que hay que entender es: nunca adoptes una actitud madura. maduro o inmaduro. Si eres inma­duro sé inmaduro. Siendo inmaduro estarás permitiendo el crecimiento. Hazle un sitio a la inmadurez; no seas falso. Si eres infantil, entonces sé infantil. ¿Y qué? Sé infantil. Acéptalo, acompáñalo. No crees una di­visión en tu ser, sino estarás creando la locura básica. Sé tú mismo.
No hay nada malo en ser infantil. Empiezas a adoptar acti­tudes porque te han enseñado que hay algo malo en ser infan­til. Desde tu infancia has estado tratando de ser maduro, pero ¿cómo puede ser un niño maduro? Un niño es un niño, tiene que ser infantil.
Pero no está permitido, por eso los niños pequeños se vuel­ven diplomáticos; empiezan a fingir, a comportarse de forma falsa, se vuelven una mentira desde sus mismos comienzos. Y la mentira además comienza a crecer. Y después un día em­piezas a buscar la verdad. La ver­dad está contenida en tu ser, esa es la verdadera escritura.
Ten coraje. Y por supuesto sentirás cómo te entra mucho miedo, porque siempre que abandones la personalidad, tu puerilidad, que nunca fue permitida, emergerá. Y sentirás miedo: «¡Qué! ¿Voy a tener que ser un niño a estas alturas? ¿Cuando todo el mundo sabe que soy una gran persona, un licenciado, master -o doctor y voy a comportarme como un niño?». Surge el miedo: el miedo a la opinión de los de­más, al qué dirán.
Al­gunas veces es muy doloroso ser de verdad y ser auténtico. No es fácil. Ser falso y no ser auténtico es fácil, conveniente, cómodo. Es un truco, es una estrategia para protegerte; es una armadura. Pero entonces no descubrirás la verdad que está en tu espíritu. Entonces nunca sabrás lo que es Dios, porque Dios sólo puede ser conocido en tu interior: primero en tu in­terior, luego en tu exterior; primero dentro, luego fuera, por­que eso es lo más próximo a ti, tu propio ser. Si no encuentras a Dios dentro de ti, ¿cómo puedes ver a Dios en otros sitios? Tonterías. No puedes ver a Dios en un templo si no puedes verlo en ti mismo. ¿Y cómo vas a ver a Dios en ti mis­mo si estás fabricando continuamente mentiras a tu alrede­dor? Son tantas las mentiras que casi has olvidado el camino a tu ser. Estás perdido en una selva de mentiras. Por eso lo primero que hay que recordar...sólo siendo como un niño ma­durarás; ese es el comienzo de la madurez. 

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