La meditación es justamente la
esencia, la esencia verdadera. No se le
puede quitar nada. Y la meditación es el silencio que abre un universo de
eternidad, de inmortalidad, de todo aquello que pueda pensarse como una
bendición. Por ello veo la meditación como una religión.
Nos da ambos mundos. Nos da el otro mundo, (el de la divinidad), y
nos da este mundo también (el terrenal).
Entonces uno no es pobre. Uno
tiene una riqueza, pero no es material. La
meditación nos vuelve ricos en un sentido absoluto al darnos el mundo de
nuestro ser más interno. También nos
vuelve ricos en un sentido relativo porque libera nuestros poderes mentales en
los talentos que tenemos. Todo el mundo nace con cierto talento, y a menos que
lo experimentes en su totalidad, algo le faltará. Empezaras a sentir que de alguna manera hay
algo que no está en su lugar.
Dale descanso a la mente, ¡lo
necesita! Y es tan sencillo: sólo
vuélvete su testigo. Te dará ambas
cosas.
Lenta, lentamente la mente empieza a
aprender a estar en silencio. Una vez
que sabe que permaneciendo en silencio se vuelve poderosa, sus palabras no son
sólo palabras: tienen una validez, una riqueza y una calidad que nunca antes
tuvieron, tanto que viajan directamente, como flechas; traspasan las barreras
lógicas y llegan al corazón mismo.
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