El
rostro original del niño es tan valioso que cualquier problema vale la pena. Es
tan valioso que, pagues lo que pagues, sigue siendo barato; no te está costando
nada. Y qué alegría el día que te encuentras a tu hijo con su rostro original
intacto, con la misma belleza que trajo al mundo, la misma inocencia, la misma
claridad, la misma alegría, jovialidad, la misma vitalidad... ¿Qué más puedes
pedir?
Tú
no le puedes dar nada al niño, sólo puedes tomar. Sí realmente quieres hacerle
un regalo al niño, éste es el único posible: no interfieras. Arriésgate y deja
que el niño se adentre en lo desconocido, en lo inexplorado. Es difícil. Un
gran temor paraliza a los padres: ¿quién sabe qué le puede pasar al niño?
Respeta a los niños, hazles intrépidos.
Pero
si tú mismo estás lleno de miedo, ¿cómo vas a hacerles intrépidos?
No
les impongas el respeto hacia ti porque eres su padre, su papá, su mamá, esto y
aquello.
Cambia
esta actitud y mira la transformación que el respeto puede aportar a tus hijos
Si
los respetas, te escucharán con más atención. Si los respetas, tratarán de
entenderte a ti y a tu mente con más atención. Tienen que hacerlo. Y de ninguna
manera les estás imponiendo nada; por eso si al entenderlo sienten que estás en
lo cierto y te hacen caso, no perderán su rostro original.
El
rostro original no se pierde por actuar de una cierta manera. Se pierde por
obligar a los niños en contra de su voluntad.
El
amor y el respeto pueden ayudarles dulcemente a entender mejor el mundo, puede
ayudarles a estar más alerta, conscientes, atentos, porque la vida es preciosa
y es un regalo de la existencia.
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