viernes, 30 de diciembre de 2011

la misión

La misión de un padre o de una madre es grande, porque están trayendo un nuevo invitado al mundo, que no sabe nada, pero que trae con él un potencial. Y a menos que ese potencial crezca, será infeliz.
A ningún padre le gusta pensar que sus hijos son infelices; quie­ren que sean felices. Lo único que ocurre es que su forma de pen­sar está equivocada. Se creen que si se convierten en médicos, en profesores, en ingenieros o en científicos, entonces serán felices. ¡No saben! Ellos sólo serán felices si se convierten en lo que han venido a convertirse. Sólo pueden convertirse en el potencial de la semilla que llevan en su interior.
Por eso procura por todos los medios posibles darles libertad, darles oportunidades. Normalmente, si un niño le pide algo a su madre, la madre sencillamente dice no, sin ni siquiera escuchar lo que está pidiendo. «No» es una palabra autoritaria; «sí» no lo es. Por eso ni un padre ni una madre ni cualquier persona que sea au­toritaria quiere decir sí a una cosa ordinaria.
El niño quiere jugar fuera de la casa: «¡No!» El niño quiere sa­lir mientras está lloviendo y quiere bailar bajo la lluvia: «¡No! Te cojeras un catarro.» Un catarro no es un cáncer, pero un niño al que se le ha impedido bailar bajo la lluvia, y que no ha sido capaz de volver a bailar otra vez, se ha perdido algo importante, algo muy hermoso. El catarro hubiera valido la pena, y no es seguro que se hubiera pillado un catarro. De hecho, cuanto más lo proteges, más vulnerable se vuelve. Cuanto más le permites, más inmune se hace.
Los padres tienen que aprender a decir sí. En el 99 por 100 de los casos, cuando normalmente dicen que no, lo hacen simplemente para mostrar su autoridad. No todo el mundo Puede ser el presidente de un país o puede ejercer su autoridad sobre millones de personas. Pero todo el mundo puede convertirse en un marido, para ejercer su autoridad sobre su pareja; todas las mujeres pue­den ser madres, para tener autoridad sobre su hijo; todos los ni­ños pueden tener un osito de peluche, y tener autoridad sobre su osito de peluche...Esta es una sociedad autoritaria.
Lo que estoy diciendo es que creando niños que tengan liber­tad, que han oído «sí» y que raramente han oído «no», la socie­dad autoritaria desaparecerá. Tendremos una sociedad más hu­mana.
De modo que no se trata sólo de los niños. Esos niños se van a convertir en la sociedad del mañana: el niño será entonces quien muestre a la humanidad a ser más humano.
                                           

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