La lectura y escritura, aunque parecen formas
diferentes de la actividad lingüística, no son sino manifestaciones sucesivas
de un proceso común. Que llegue a encontrarse personas que solamente lean y no
escriban, es el testimonio real de que en tales personas ese proceso no se
completó. Un complicado mecanismo perceptivo, racional y motriz integra este
proceso que puede ser motivo de un análisis psicofisiológico. Veamos; en la
lectura, primeramente, una percepción visual, condicionada a la captación misma
de los símbolos, lleva estas impresiones al cerebro para ser elaboradas como
palabras o como elementos lingüísticos. Aquí intervienen procesos fisiológicos
de impresión, de transmisión y de fijación. Enseguida, la mente interpreta esas percepciones
relacionándolas con su significado, para lo cual, traduce en ideas las imágenes
simbólicas captadas por los centros nerviosos superiores. Cuando se trata de
una comprensión de lo leído o de una traducción de ideas expresadas en otra
lengua, la racionalización de las percepciones es decisiva en el trabajo lingüístico. Después la mente identifica las percepciones visuales
y los significados racionales, con modalidades sonoras, que antes de ser
emitidas, son materia de la conciencia, y nace aquí el impulso para su
producción, mismo que se transmite al centro capacitado para producir y
articular los sonidos. En este momento, la comprensión esta lograda, pero no
puede aislarse del proceso general. Por último, un esfuerzo de la conciencia aísla lo que
se conoce como lectura oral y como lectura en silencio. Respecto de la primera,
se hace funcionar el centro motriz del lenguaje y se traducen en palabras las
imágenes hechas ideas. Pero en cuanto a la segunda, se hace reprimir la
actividad del centro motriz, impidiendo que se produzca la voz, al mismo tiempo
que esta se vuelve una especie de monologo silencioso que ayuda a la
comprensión de lo leído. En la escritura se parte de la concepción racional de
las ideas que van a expresarse gráficamente y de ahí se deriva una doble
actividad; la identificación de cada uno de los elementos que han de formar las
palabras escritas, la asociación de todos ellos con su respectivo sonido. Por
eso es que cuando se escribe, parece que como si nosotros mismos diéramos forma
gráfica a nuestro propio dictado. Se pasa luego a la imagen racional de cada símbolo,
al centro motor que controla la actividad de la mano que escribe a semejanza de
un modelo para reproducir. En forma similar a la percepción visual de los
elementos, la disposición para reproducirlos ocupa un lugar en el proceso de
exteriorización de imágenes lingüísticas. Acto continuo,
el centro motor de la mano va dictando cada uno de los movimientos que darán
como resultado el trazo de la letra, y la sucesión de estas, la palabra. El
escribir las letras de una palabra, separadas entre sí, es deficiencia de la
imagen visual que se integra con la forma gráfica expresiva de la noción por
exteriorizar. Concluye el proceso con una triple coordinación:
motriz, en la producción escrita de las letras; verbal, en el control de
inhibición del impulso por reproducir los sonidos correspondientes a las letras
que se escriben; y visual tanto para controlar lo que se va escribiendo, como para
reiniciar el proceso de la intelectualización. Ciertamente, cuando se escribe
se va leyendo lo escrito; por eso es que no podemos considerar asilados ambos
procesos, pues además de la razón, los unifica el mecanismo de su producción y
de su control.
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