lunes, 25 de agosto de 2014

Como destruimos la confianza

Caminaba por un parque cercano a casa, caminatas matutinas o vespertinas que realizo para alimentarme espiritual y mentalmente. A lo lejos miraba a una madre jugando con su hijo, deducía que era la mama pues la intuición de madre me lo decía. Le mostraba al pequeño como jugar futbol, como patear la pelota, a donde la debería dirigir, como correr, me embebía de tan hermoso panorama que desplegaba una madre y su hijo. Miraba como la confianza del pequeñito se desplegaba a lo largo y  ancho de aquel parque corriendo, pateando, hablando, riendo y a ese instante solo podía llamarle; confianza, la confianza plasmada en alegría. La confianza que estaba emanando un hermoso niño, la confianza que estaba sembrando una madre en su hijo. Pero de pronto tan divina virtud se vería interrumpida por una cascada de palabras que salían abruptamente de un corazón urgido por dar instrucciones a su hijo.  A lo lejos escuchaba a una madre decir; -no te alejes- pero el pequeñito corría con energía, corría y corría, hasta que lo vi llegar al fondo del parque, donde solo una pared detuvo su carrera. Entre tanto la mama para ese entonces ya estaba angustiada y gritando; ¡espera!, ¡detente! !no corras!, pero el pequeñito ya había llegado al fondo del parque, feliz porque estaba jugando con mama. Un bello momento que en cuestión de segundos se tornaría en consternación y llanto pues mama se acercaba a él para darle tremenda reprimenda, reprimenda que inhibiría dos bellas virtudes a punto de florecer; confianza y alegría, pero aquella tarde momentáneamente se apagaron.
Los adultos damos por hecho que el niño posee nuestro mismo nivel de comprensión y que nos atenderá de inmediato, pero no es así. Damos Instrucciones a nuestros hijos basadas en nuestro pensamiento, dejando a un lado el pensamiento del niño. Un niño a esta edad, entre 2 y 5 años recién se está iniciando a estructurar su pensamiento y aunado a ello está integrando sus primeras emociones que le darán confianza por el resto de su vida. Pero desafortunadamente no nos percatarnos de ello y nos dejamos llevar por la premura de lo que exige nuestra mente. No nos percatamos que estamos invalidando una virtud, un crecimiento espiritual. En aquel instante una madre vivía la angustia, porque sentía que perdía a su hijo y su mente se alteraba al no ser escuchada por el niño. Y por otro lado estaba un niño impregnado de alegría y confianza al jugar con mama, pero al recibir tremendo regaño todo se torno en tristeza. 
Reflexiones que me llevan a sintetizar; en cuestión de segundos somos capaces de desestabilizar lo más preciado que tenemos; nuestros hijos, y no es que no debas dar instrucciones al niño o no les debas llamar la atención a tus hijo, no de eso no se trata, es la forma, es la actitud de como nos dirigimos a ellos. 
Aquel momento me estaba obsequiando una profunda realidad; entremezclamos el amor con la ansiedad, la alegría con las reprimendas, la responsabilidad con la rectitud, los cuidados con la sobreprotección y lo más valioso; nos olvidamos de jugar.

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