La pureza verdadera es como un niño: inocente; inocente
en cuanto a lo que es bueno y lo que es malo; inocente respecto de toda
distinción. La pureza verdadera no conoce qué es dios y qué el diablo. La pureza
no es una elección, entre lo bueno a
costa de lo malo, cuando lo haces ya has establecido una distinción, ya has
dividido la existencia. Y una existencia dividida no puede llegar a la inocencia.
La inocencia florece únicamente cuando la existencia es
indivisa. La aceptas tal cual. No escoges, no divides, no estableces ninguna
distinción. En realidad no sabes lo que es bueno y lo que es malo. Si lo
sabes, calcularás, y la pureza será entonces un artificio, no una floración.
Tampoco confundas la inocencia con la moral. La moral
pertenece a un país, la pureza no pertenece a ningún país. La moral pertenece a
una época, la pureza es intemporal. La moral pertenece a esta sociedad, o a
esta otra: hay tantas morales como sociedades. La pureza es una, vayas a donde
vayas es la misma, como el sabor del mar: vayas a donde vayas es salado.
Las sociedades son muchas, las morales son millones.
Las sociedades cambian, las morales cambian. La pureza es eterna: trasciende el
tiempo y el espacio. Trasciende clima y países. Trasciende cuanto está hecho
por el hombre. La pureza no está hecha por el hombre, nació con ella y de él depende
si la cultiva o la olvida.
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