El sueño y la vigilia responden a
mecanismos fisiológicos bastante precisos, la evolución del sueño va a la par
del desarrollo orgánico y los cambios cerebrales del niño. Durante los primeros
meses el sueño va muy unido a la sensación de hambre. Pero llega el momento en
que el despertar pasa a depender de un comportamiento diurno, es decir el niño
se va adaptando a su medio el cual le crea sus primeros hábitos de sueño y vigilia.
La media del sueño durante la
primera semana es de diecinueve horas, las cuales disminuirán posteriormente y al
cumplir el año oscilara en trece horas. El ritmo del sueño es muy variable durante
las primeras semanas pues se producen cortas fases, es decir el niño tiende a
despertarse cada dos o tres horas y progresivamente se irán alargando estas
fases hasta hacer fases de mayor amplitud.
Entre los tres meses y el año el
sueño es más profundo que durante el primer trimestre. Durante esta etapa el
niño es más activo mientras está despierto y el dormir después de las comidas
es menos frecuente, a veces es más difícil por la noche. Su despertar por la
noche depende menos del hambre y mientras permanece despierto da la impresión
de querer moverse y buscar todo tipo de satisfactores.
Durante el segundo año el niño
manifiesta rechazo al sueño y se despierta por la noche con mayor frecuencia.
Quizá se torne exigente con los padres al experimentar que deberá dormir solo.
Aceptar la separación de la madre, que supone el hecho de dormir solo, lo despertara
llorando en espera de la madre. Durante
este periodo aparecen las primeras muestras de ansiedad o irritabilidad por
resistirse a dormir solo, lo mismo sucede durante la siesta. Este tipo de
comportamientos llevan a los padres a crear los primeros ritos del sueño, los
cuales semejan un paliativo momentáneo para llevar al niño a conciliar el
sueño.
Este tipo de comportamiento,
respecto al sueño, durante el segundo año depende en gran medida de la
estabilidad emocional por la que va atravesando el niño respecto a su
desarrollo, es decir de la percepción del entorno que le rodea, de la seguridad
y confianza que vive en casa, de las relaciones que se suceden durante el día y de su capacidad para dominar la ansiedad.
Entre los tres y cinco años el sueño
se encuentra mejor organizado en general, pero todavía es frecuente que al niño
le cueste llegar a conciliar el sueño. Se despierta por la noche, sueña,
manifiesta ansiedad y hacia los cuatro años se negara a hacer la siesta.
Entre los cinco y siete años los
niños empiezan a contar sus sueños y es en esta edad cuando surgen las
pesadillas.
Te he compartido las etapas
cruciales del sueño y cada una de ellas son muy naturales en el niño, la
relevancia de cultivar un sueño reparador y tranquilo se hallara en las
experiencias vividas del pequeñito durante el día. Si un niño vive en ritmo de
vida apacible, con un mínimo de alteraciones emocionales, sus sueños reflejaran
apacibilidad y serenidad.
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