El juego en el
niño definitivamente tiene un valor universal, pero su valor social es mucho menor, comparado con todo el bagaje de aprendizajes que adquiere el niño al imbuirse
en cualquier tipo de juego. Por ello sugiero no mirar al juego como una descarga
de energía pasajera, o un mantener ocupado al niño, no, mira al juego como el momento ideal en el que; tu pequeñito está experimentando por el mismo, generando energía intrínseca
única, reproduce implicaciones culturales, prefigura la futura actividad
adulta, elabora preejercicios mentales, se inicia a conocer las reglas, lo
prepara para sus futuros roles, estos solo son algunos supuestos que el niño nos
deja entrever en un juego que surge en cualquier instante de su vida.
Piaget nos
comparte tres grandes divisiones del juego en el niño el cual prepara sus
primeras estructuras mentales, es decir su pensamiento.
Juegos sin
especial carácter lúdico, “de ejercicio” en los que el niño hace cualquier cosa
simplemente por gusto. Es el juego que se inicia a mirar en un recién nacido.
Juegos a los que
añade elementos estructurales; “el símbolo y la ficción”, o la capacidad
de representar una serie de realidades, ausentes y no
dadas en el momento. Juegos que puedes observar en un niño al imitar
al doctor, al dentista, al bombero, mama o papa.
Y por ultimo los juegos con
reglas tradicionales trasmitidas de generación en generación y que se han
convertido en grandes instituciones de socialización.
Los tres tipos
de juegos tienen diferentes curvas de evolución. El juego como ejercicio crece
en importancia durante los primeros meses, tiene su apogeo durante los dos o tres
primeros años y progresivamente va declinando. El niño juega según su grado de
madurez, sus posibilidades cognitivas y su adaptación a la sociedad. El niño expresa
sus posibilidades a través del juego y a través del juego se halla a sí mismo y
a los demás.
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