lunes, 4 de noviembre de 2013

El caballo de juguete

Tierra y cielo. Límites y alas. Fantasía, ilusión, sueño. Todo ello es el hombre, y sobre todo fantasía. Demarcar el camino, sí, pero no constituirlo, no atiborrarlo con cosas, con prefabricaciones de la sociedad de consumo.
Dejarle crecer, al hijo, sus propias alas. Ponerle límites, y sobre todo ponerse —yo, tú, nosotros los padres— límites.
Alguna vez, a los cuatro o cinco años estuve subido sobre un enorme caballo de juguete, de esos que estaban montados sobre dos maderas arqueadas que permitían mecerse, como si uno estuviera cabalgando.
Pero ese no era mi caballo, no. Ese me lo prestó un amigo de mi prima Amalia, que entonces era una señorita y me llevaba con ella cuando iba a visitar a sus amigos, pretendientes y novios, nunca supe exactamente por qué. El hecho es que tenía un amigo que yo llamaba el tío Marcos, y que era el dueño de una juguetería donde Amalia, mi prima, trabajaba. En mis visitas, por tanto, dis­frutaba de ese mar de juguetes de aquellos tiempos. Entre ellos, aquel magnífico caballo, casi troyano.
Sin embargo, insisto, mis caballos, y los de mis hijos y los de tantos otros chicos, no fueron caballos con forma de caballos, sino palos de escoba sobre los que, entre las piernas, cabalgábamos inflamados de ansias con­quistadoras, de indios, de cosacos.
¡Caballos, sí, eran los de antes, esos palos de escoba, qué lejos llegaban, qué raudos eran, qué epopeyas protago­nizaban!
Creo que ya no hay más de ésos. Creo que actualmente la sofisticación del mundo del juguete impide que esos cor­celes de maravilla existan.        
Porque, les digo, el mundo es interior, y no exterior. El caballo del exterior, el de madera, el de plástico, de pelí­cula, anula el del interior, el de la imaginación, el del alma.
El error capital de los padres actuales es no conocer esa nimia ley de la psicología humana: el niño juega únicamente con sus fantasías. Los juguetes hechos y armados son inútiles.
Como dice Ernst Gombrich:                               
"La niña rechaza una muñeca perfectamente naturalis­ta a favor de algún monigote monstruosamente abstracto, un trapo, un ovillo de lana. Esas son las mejores muñecas, las más profundas, las más queridas, las más privadas."
Jaime Barylko


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