En el pasado el valor era el anciano, la
presencia de la tradición. La revolución de nuestro siglo colocó al niño en el
centro de la nueva historia, historia de lo nuevo.
Ya no es lo viejo lo que vale, sino lo
nuevo; no es la conservación de las tradiciones lo que merece aplauso, sino el
cambio, lo joven, que por el solo hecho de ser joven ya significa renovación,
apertura hacia un futuro de progreso.
Entonces padres y maestros se hicieron a
un costado para dejar pasar a su majestad el niño, el adolescente, el joven, el
nuevo mundo y el mundo de lo nuevo. Creyendo que de esa manera les dábamos la tan
preciada libertad.
También les dimos juguetes didácticos, teorías
psicológicas, libertad, autorrealización, ser ellos mismos, pensando que mágicamente
el mundo se transformaría y su majestad el niño construiría su imperio de
belleza, bondad, liberación, los adultos nos hicimos a un lado. De paso nos
fuimos haciendo niños también nosotros los padres.
En el culto a la juventud como único y
divino tesoro, entendimos que solamente vale lo joven y que, por lo tanto, no
podíamos quedarnos fuera de ese ideal superior. Sí, todos somos jóvenes, y el
que no lo es debe serlo o aparentar serlo.
Este fue y sigue siendo el
siglo de los jóvenes. Otro tipo de ser no hay. Se es menos joven o más joven, o
no se es.
Prohibido prohibir, se
escribió en mayo de 1968 en París. No se escribió, pero se supo y se sabe:
prohibido no ser joven. En el medio caminaba su majestad el niño. Ese niño, a
decir verdad, no creció más feliz ni alcanzó las alturas de la libertad que
para él soñamos.
Creció en el vacío, sin
límites, sin fronteras, sin carteles orientadores, sin sustento, sin apoyo. En
consecuencia no creció.
Quisimos ser modernos y terminamos
desprovistos de la línea que demarca la identidad.
Los límites, los que todos
hemos perdido —nuestros hijos porque no los conocieron, nosotros porque nos
desprendimos de ellos—, los límites son las coordenadas de los valores, de las
creencias, de los modales, de las maneras y —en fin— de las reglas de la
existencia y de la coexistencia. De la identidad. Por ellos uno es o puede
llegar a ser "alguien".
Vivir es vivir entre
límites, en algún encuadre, entre horizontes. Dentro de ese espacio germina y
se desarrolla la libertad.
Interpretamos mal: creíamos
que la libertad se da. No es cierto: la libertad no se da, la libertad se toma,
se conquista, se logra, se esculpe, confrontándose con límites, aceptando unos,
rechazando otros, pero usándolos como referentes en el camino.
Además la libertad es un
medio, no un fin. Ahí la tienes, para hacer algo con ella, algo que tú elijas.
¿Y cómo se elige? Se elige
entre opciones. Las opciones son los límites dentro de los cuales la libertad
adquiere sentido, al rechazar unos y adoptar otros. Es libre el que elige un
proyecto de vida.
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