lunes, 15 de julio de 2013

La anhelada felicidad

Un niño anhela la felicidad, pero nosotros no sabemos cómo enseñarle a ser feliz. Y cualquier cosa que le enseñemos, se convierte en un camino hacia el sufrimiento. Por ejemplo, le enseñamos a ser bueno. Le enseñamos a no hacer ciertas cosas. Decimos, "Haz esto; no hagas esto otro". Nuestro "bien" puede que no sea natural, y si todo aquello que enseñamos como "bueno", no es natural, entonces estamos creando una pauta de sufrimiento.
Por ejemplo, un niño se enfada y nosotros le decimos, "Enfadarse es malo. No te enfades". Pero enfadarse es natural y con sólo decir, "No te enfades", no estamos destruyendo la ira; solamente estamos enseñando al niño a reprimirla. La represión se convertirá en sufrimiento porque cualquier cosa que es reprimida se convierte en veneno. Entra en la química misma del cuerpo; es tóxico. Y continuamente le enseñamos, "No te enfades". Le estamos enseñando a envenenar su propio sistema.
Hay una cosa que no le estamos enseñando: cómo enfadarse. Le enseñamos simplemente cómo reprimir la ira. Y podemos obligarle porque depende de nosotros. Está indefenso; ha de obedecernos. Si le decimos, "No te has de enfadar", entonces sonreirá; esa sonrisa será falsa. Por dentro estará hirviendo, por dentro estará agitado, por dentro estará encendido, y exteriormente estará riendo.
Es un niño pequeño y estamos haciendo de él un hipócrita. Se está volviendo falso y dividido. Él sabe que su sonrisa es falsa, que su ira es real, pero que lo real ha de ser reprimido y lo falso ha de ser forzado. Quedará dividido. Y poco a poco, la división se hará tan grande, la brecha se hará tan profunda, que siempre que sonría, lo hará con una falsa sonrisa.
Y si verdaderamente no puede enfadarse, entonces no podrá hacer nada que sea auténtico porque la realidad habrá sido condenada. No podrá expresar su amor, no podrá expresar su éxtasis; llegará a asustarse de lo real. Si condena una porción de lo real, la realidad por completo es condenada porque la realidad no puede ser dividida, un niño no sabe dividirla.
Una cosa es cierta: el niño llegará a comprender que no es aceptado. Tal y como es, no es aceptado. Lo real es, en alguna forma, malo, por lo tanto ha de ser falso. Ha de emplear máscaras. Una vez ha aprendido esto, toda su vida se desarrollará en una falsa dimensión. Y lo falso puede conducir tan sólo al sufrimiento, lo falso no puede conducir a la felicidad. Solamente lo auténtico, lo verdaderamente real puede llevarte hasta el éxtasis, hacia las experiencias cumbre de la vida, hacia el amor, o como quieras llamarlas.
Todo el mundo ha sido criado según este modelo, de modo que anhelas la felicidad, pero todo lo que haces te lleva al sufrimiento. Lo primero para alcanzar la felicidad es aceptarse uno mismo. La sociedad nunca te enseña a aceptarte a ti mismo. Te enseña a condenarte, a sentirte culpable, a amputarte muchas partes. Te deja inválido, y un inválido no puede alcanzar la meta, somos inválidos. Así que; eres el único responsable de no amputar a tu hijo, no le enseñes la felicidad si tú mismo no conoces su esencia, enséñale a respirar la vida.

                                                                                                                              

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