A
partir de los ocho o diez meses de edad, el niño desarrolla lenta y
gradualmente estrategias efectivas para darles un cauce adecuado a las
emociones que lo desbordan. Cuando las condiciones internas y ambientales son
ideales, las estructuras cerebrales van madurando y permitiendo una
autorregulación relativamente eficiente, automática, espontánea e inmediata.
Gracias a la progresiva maduración de conexiones entre el mundo subterráneo de
las emociones y la corteza cerebral el niño suma estrategias relativamente
conscientes para autorregularse como; echar mano a la fantasía (imaginar que es
un tigre feroz) o a los objetos transicionales que representan a la madre
(alguna cosa que le pertenezca a ella, como una prenda de vestir) o que
adquieren el carácter de amuletos que neutralizan el miedo: un pañal o
"tuto", un peluche, un chupete o un pulgar en la boca (estos dos
últimos son sustitutos del pezón).
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