Durante
la pubertad (entre los trece y catorce años de edad) se desarrollan áreas
cerebrales que favorecen la reflexión y el autoconocimiento. El adolescente ya
no necesita la mediación de un adulto para encauzar sus emociones; le basta con
replegarse mentalmente sobre sí mismo (autocontrol) y analizar de modo flexible
—a través de su lenguaje interno, la memoria de sus experiencias y las
enseñanzas valóricas recibidas
—
aquellas circunstancias que le generan ira o miedo — Esto le permite buscar
soluciones adecuadas. A menudo, la conversación con sus pares, un encuentro
reflexivo en el cual se produce un intercambio de experiencias y posibles
soluciones, es muy efectiva en devolverle la calma. El adolescente protege su
intimidad frente a sus padres. Guarda silencio cuando lo interrogan acerca de
su mal comportamiento, especialmente si la comunicación afectiva en su familia
es débil. Por principio y doctrina rechaza los consejos del adulto, sobre todo
cuando son entregados con la actitud benevolente de la persona sabia y
experimentada que se acongoja al ver la ineptitud e inmadurez de los chicos o
que pontifica en tono solemne olvidando una regla de oro: escuchar.
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