Se ha comprobado que la
autoconfianza, la autoestima, la seguridad, la capacidad de compartir y amar, e
incluso las habilidades intelectuales y sociales, tienen sus raíces en las
experiencias vividas durante la primera infancia en el seno familiar. En un
hogar donde se respira un ambiente de cariño, de respeto, de confianza y de
estabilidad. Los niños o niñas se desarrollan psíquicamente más sanos y
seguros y se relacionarán con el exterior con una actitud
más positiva y constructiva hacia la vida.
En este proceso, el niño o niña
va formando una visión del mundo, de la sociedad y de sí mismo, al tiempo que
adquiere herramientas intelectuales y prácticas para adaptarse al medio que
le toca vivir y también construye su personalidad sobre las bases del amor
propio y de la confianza en sí mismo.
Las experiencias de los niños o
niñas facilitan las funciones motora, socioemocional e intelectual. Es
fundamental a través de las interacciones con sus padres, que los niños o
niñas lleguen a confiar en sí mismos, sentirse capaces, independientes y
solidarios y que vayan aprendiendo gradualmente a comunicarse por medio del
lenguaje, a socializar, a aprender, a compartir e incorporar valores morales a
su comportamiento cotidiano. Las primeras etapas del desarrollo son básicas
para el futuro del niño o niña e influyen para toda la vida en su relación con
los demás, en el rendimiento escolar, y en su capacidad para participar
activamente en la sociedad.
Muchas familias, a pesar de las
dificultades que deben afrontar en la vida diaria, son capaces de crear un clima afectivo cariñoso y cálido dentro del
hogar y logran favorecer positivamente el desarrollo psicosocial de los niños.
Esto sucede cuando existe una relación cálida, de aceptación hacia los hijos,
un clima afectivo positivo, una estabilidad en las relaciones familiares, una
intencionalidad de estimulación y una educación de los niños.
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