Tras el período turbulento
de la preadolescencia la conducta de los jóvenes suele sosegarse. Las relaciones
familiares dejan de ser un permanente nido de conflictos violentos la
irritación y los gritos dejan paso a la discusión racional, al análisis de las
discrepancias, a los pactos y los compromisos.
Esto significa que el
adolescente ha conseguido librar con éxito el anterior combate contra las exigencias libidinales
infantiles de las que no obtiene ya satisfacción y está dispuesto a afrontar
las dificultades que conlleva su nueva condición por fin plenamente asumida de
joven adulto.
A partir de este
momento el conflicto se desplaza desde la ambivalencia afectiva a la
reivindicación de ciertos derechos personales entre los que destacan las
exigencias de libertad e independencia, la libre elección de amistades,
aficiones, etc.
En resumidas cuentas en
este segundo momento de la adolescencia, los intereses afectivos de los jóvenes
abandonan masivamente el ámbito familiar estableciendo nuevas elecciones de objetos
afectivos extra familiares como es propio de todo adulto.
El problema reside en
que la afectividad va mas allá de la familia, pero el adolescente sigue viviendo
–y tal vez por mucho tiempo- en el domicilio paterno.
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