Observa a un niño pequeño enfadado...
es tan ilógico que de pronto miramos la belleza de la ira. Pero espera… tiene
su fin esa belleza.
Tu pequeño tiene todo su ser en eso. Esta radiante. Su rostro se pone rojo.
¡Un niño tan pequeño parece tan poderoso que da
la impresión de
que es capaz de destruir el
mundo entero!
¿Y qué sucede con el niño después de que se ha enfadado?
Pasados unos pocos minutos, unos
pocos segundos, todo cambia
está feliz, bailando y corriendo otra vez, por
la casa.
¿Por qué esto no pasa con el adulto?
Porque te mueves de una falsedad a otra. La ira no es un fenómeno duradero,
por su propia naturaleza es algo momentáneo.
Si la ira es real, dura unos pocos momentos; y mientras dura; es auténtica, es hermosa.
No hace daño a nadie. Es una emoción real
y espontánea no puede dañar a nadie. Solo la falsedad daña. En un hombre que puede enfurecerse espontáneamente la ira desaparece a
los pocos segundos y vuelve a relajarse hasta alcanzar
el otro extremo. Se convierte
en un hombre infinitamente cariñoso.
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