La capacidad de jugar es
uno de los aspectos más reprimidos del ser humano. Todas las sociedades,
culturas y civilizaciones, se han opuesto a esa capacidad porque una persona
juguetona nunca es seria. Una persona alegre
nunca podrá ser dominada, nunca desarrollará ambición, nunca se le podrá imbuir
de ambición de poder, de dinero, de prestigio.
Nadie tiene muerto a su
niño interior. El niño no muere cuando
creces; el niño pervive. Todo lo que has
sido permanece en tu interior hasta tu último aliento.
Pero la sociedad siempre
teme a la gente que no es seria. La
gente que no es seria prefiere disfrutar de la existencia. Pero disfrutar de la existencia no te
aportará prestigio, no te hará poderoso, no satisfará tu ego. Y el mundo del hombre gira en torno a la idea del ego. La capacidad de jugar se opone a tu ego. Ve y compruébalo por ti mismo. Ponte a jugar con niños y verás cómo tu ego
desaparece, verás cómo te conviertes de nuevo en un niño. Y no sólo es cierto respecto a ti; es cierto
respecto a todos.
Y debido a que el niño en
tu interior ha sido reprimido, tú reprimirás a tus hijos. Nadie permite a sus hijos que bailen y canten
y griten y salten. Por razones triviales
–quizás porque puedan romper algo, quizá porque puedan mojarse la ropa bajo la
lluvia si salen afuera-, por pequeñas cosas, una gran cualidad espiritual –la
capacidad de jugar- ha sido completamente destruida. El niño obediente es ensalzado por sus
padres, por sus maestros, por todo el mundo, mientras que el niño juguetón es
condenado. Su juguetonería puede ser
absolutamente inocua, pero es condenado porque existe un potencial de peligro
de rebelión. Si el niño se desarrolla
con la plena libertad de ser juguetón, se convertirá en un rebelde.
El rebelde es,
fundamentalmente, natural. El niño
obediente casi está muerto; por eso sus padres son muy felices, porque siempre
está bajo control.
El hombre está extrañamente
enfermo: desea controlar a los demás. Y
controlando a los demás, tu ego se encuentra bien; te conviertes en alguien
especial. Y también uno mismo quiere ser
controlado porque si eres controlado dejas de ser responsable. Por todas esas razones, la capacidad de jugar
es aplastada, ahogada, desde el principio y entonces la gente empieza a tener
miedo de su propia capacidad de disfrute, tiene miedo de “perder el control”.
Y ¿de dónde surge ese
miedo? El miedo es implantado por los
demás: contrólate siempre, sé siempre disciplinado, respeta siempre a los de
más edad, sigue siempre a los padres, a los maestros; ellos
saben lo que te conviene. Nunca te
permiten que tu naturaleza se manifieste.
Lenta, lentamente, empiezas
a cargar interiormente con tu niño sin vida.
Tu niño interior sin vida destruye tu sentido del humor: eres incapaz de
reír volcando tu corazón; eres incapaz de jugar; eres incapaz de disfrutar de
los detalles de la vida. Te vuelves tan
serio que tu vida, en vez de expandirse, empieza a encogerse.
Nunca deberías permitir que
tu niño muriera. Nútrelo y no temas que
se descontrole. ¿Adónde puede ir? Y aunque se descontrolara, no ocurría nada. ¿Qué puedes hacer fuera de control? Puedes bailar como un loco, reír como un
loco, saltar y correr como un loco… puede que la gente te crea loco, pero ése
es su problema. Si tú disfrutas con
ello, si esto te nutre, entonces no importa, aunque se convierta en un problema
para el resto del mundo.
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