Dialogar no es simplemente hablar, no es discutir, no
es argumentar, no es debatir. El diálogo tiene una cualidad diferente. Un
diálogo es un encuentro, un encuentro en amor, de dos seres intentando
entenderse. No intentando argumentar, no intentando discutir; se trata de una
actitud muy afable. Dialogar es participar en el ser del otro: dos amigos o dos
amantes hablando sin ningún antagonismo interior, sin intentar demostrar que tú
tienes razón, y el otro se equivoca.
Dialogar significa intentar comprender al otro con una
mente abierta. El diálogo es un fenómeno raro y hermoso, ya que por medio del
diálogo ambas partes se enriquecen. De hecho, cuando tú hablas, puede ser o
bien una discusión –una lucha verbal entre dos opuestos en la que ambos
intentan demostrar que tienen razón y que el otro está equivocado- o bien un
diálogo, lo cual es diferente. Dialogar no es definirse uno en contra del otro,
sino darse la mano, ir juntos hacia la verdad, ayudarse el uno al otro a
encontrar el camino. Es unidad, es cooperación, es un esfuerzo armonioso para
encontrar la verdad. No es de ninguna manera una lucha, en absoluto. Es una
amistad, es ir juntos en busca de la verdad, es ayudarse el uno al otro a
encontrar la verdad. Nadie tiene la verdad todavía, pero cuando dos personas
empiezan a buscar, a investigar acerca de la verdad juntas, por medio del
diálogo, ambas se enriquecen. Y cuando se encuentra, la verdad no es ni mía ni
tuya. Cuando se encuentra, la verdad es más grande que los dos que han
participado en la búsqueda, es más elevada que ambos, los abarca a ambos; y
ambos se enriquecen.
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