miércoles, 14 de diciembre de 2016

Amar a los hijos

Diciembre es una temporada para profesar amor, es un mes para recordarnos que el amor no solo late en estos días, el amor es eterno, no tiene día, mes o año es espontáneo, es vida. Diciembre se me antoja para dar un giro a tan increíbles desbordamientos de afecto, convivencias, parabienes y reencuentros para adentrarme a las entrañas del amor, para sumergirme a eso que nos transporta a increíbles círculos de unión.  Un mes donde uno sencillamente se siente arropado por ese calorcito afectivo que se intensifica durante estos días. Todo depende del que tanto estas familiarizada con el amor, pero no el amor hacia otros, hablo del amor que te habita, hablo de ti, del que tanto eres amor y no es una cuestión de cursilerías no, es una cuestión de sensibilidad, del que tanto te amas, respetas y lo prodigas a tus hijos, independientemente del día, mes o año que vivas. Porque es un hecho que si te amas, no tienes necesidad de buscar como amar a tus hijos, el hecho se da, así de simple y mágico es el amor: sucede. Y para saberlo ámerita un buceo a las profundidades de tu Ser porque solo conociéndote sabrás la verdad, la realidad de lo que te habita.
Desde mi experiencia el amor no requiere de definición, búsqueda o adquisición sencillamente se manifiesta en el día a día, en lo que haces, dices o piensas, toda manifestación de vida revela si el amor te habita. Quien mana amor es eso; es amor, todo él o ella es amor y no hablo de ser caritativa o bondadosa no, hablo de que sea cual sea tu carácter si el amor te habita destilas eso y ello sí que es una divinidad para niños y niñas que tienen la fortuna de vivir, convivir, desarrollarse y crecer bajo halos de amor envolviéndolos de celestiales energías. Quien tiene la fortuna de vivir y convivir con tales almas se empapan de la fuerza y el poder que da el amor, se cristaliza en la mirada, se siente en la cotidianeidad, se respira en el convivir. Amar a los hijos es sencillamente amar desde nuestra esencia y nuestro actuar. La proeza de amar a los hijos esta cimentada bajo la toma de conciencia de nuestros actos hacia ellos y si uno se arriesga a descubrir si es realmente amor lo que se está profesando en los niños, uno realmente vive en comunión con la vida.

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