lunes, 21 de julio de 2014

No etiquetes a un niño

Las etiquetas que inconscientemente o conscientemente colocamos al niño tienen un efecto perdurable y nocivo en ellos. Perdurable, porque el niño no podrá erradicarla de la noche a la mañana, mucho menos olvidarla. Nocivo porque lesiona profundamente su autoestima, sea que la eleve o sea que la disminuya, ambas generan daños emocionales. Si elevas su autoestima se convierte en un niño creído, pretencioso o dominante y te costara erradicarla con el paso del tiempo. O bien si la etiqueta disminuye su autoestima lo convertirás en un niño temeroso, huidizo, con miedo o angustia y generar confianza en el requerirá de un tremendo esfuerzo del niño. Pese al daño que se le ocasiona a los pequeños con la etiquetas,  no dejo de escucharlas, incluso en los niños más pequeños. Deci­mos: «Este niño es obediente y este otro es muy desobediente. Este niño es una delicia y este otro es un problema». Estás po­niendo etiquetas, y recuerda, al hacerlo estás creando muchos problemas en el niño. En primer lugar porque cuando le pones una etique­ta a alguien, estás exigiéndole que se comporte de acuerdo con la etiqueta que le has puesto, el niño empezara a sentir que tiene la obligación de demostrar que estás en lo cierto. Si el padre dice: «Mi hijo es un problema», el hijo piensa: «Ahora tengo que de­mostrar que NO soy un problema, o bien se esforzara por demostrar que SI es un problema. Por eso el niño causa más problemas para que el padre pueda decir: «¿Ves? Este niño es un problema».
Tres mujeres estaban hablando jactándose de sus respectivos hijos. Una dijo: «Mi hijo solo tiene cinco años y escribe poesía. Son unos poemas tan hermo­sos que hasta los poetas consumados sentirían vergüenza».
La segunda dijo: «Eso no es nada. Mi hijo solo tiene cuatro años y pinta unos cuadros tan modernos, tan ultramodernos, que ni siquiera Picasso les encontraría ni pies ni cabeza. Y ni siquie­ra usa pincel, lo hace todo con las manos. A veces solo lanza la pintura contra el lienzo y de la nada sale algo precioso. Mi hijo es un impresionista, es un pintor muy original».
La tercera mujer dijo: «Eso no es nada. Mi hijo solo tiene tres años y va al psicoanalista él sólito».
Todas las etiquetas son destructivas. No etiquetes a nadie, mucho menos a un niño. Los seres hu­manos tendemos a pensar colectivamente; difícilmente rescatamos nuestras propias ideas. Oyes un rumor de que alguien es un problema y lo aceptas. Y después se lo pasas a otro, y lo acepta. Y el rumor se va difundiendo, la etiqueta va adquiriendo mayores proporciones. Y un día esa persona lleva una etiqueta de « CONFLICTIVA» con letras mayúsculas, con luces de neón, de manera que ella misma las lee y tiene que comportarse de acuerdo con esa etiqueta. Toda la so­ciedad espera que se comporte de ese modo, de lo contrario, la gente se enfadaría. «¿Qué haces? ¡Eres conflictiva y estás inten­tando ser buena! ¡Compórtate como es debido!»
A un niño no debemos etiquetarlo a tan temprana edad, si es bueno o es malo para el estudio. Si es inquieto o tranquilo, si es inteligentísimo o muy malo para aprender solo estamos propiciando impresionantes ondas de rumores, hacia una ser, hacia un niño que con el tiempo llevara una pesada carga a cuestas y en el momento que quiera erradicarlas quizá ya haya etiquetado también a sus hijos.
Poseemos la suficiente sabiduría para no etiquetar a un pequeñito, basta respetar sus propias fortalezas y debilidades, basta mirar que estamos impregnados de aciertos y desaciertos en esta vida.


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