lunes, 28 de abril de 2014

Inocencia

La pureza verdadera es como un niño: inocente; inocente en cuanto a lo que es bueno y lo que es malo; inocente respecto de toda distinción. La pureza verdadera no conoce qué es dios y qué el diablo. La pureza no  es una elección, entre lo bueno a costa de lo malo, cuando lo haces ya has establecido una distinción, ya has dividido la existencia. Y una existencia dividida no puede llegar a la ino­cencia.
La inocencia florece únicamente cuando la existencia es indivisa. La aceptas tal cual. No escoges, no divides, no esta­bleces ninguna distinción. En realidad no sabes lo que es bue­no y lo que es malo. Si lo sabes, calcularás, y la pureza será entonces un artificio, no una floración.
Tampoco confundas la inocencia con la moral. La moral pertenece a un país, la pureza no pertenece a ningún país. La moral pertenece a una época, la pureza es intemporal. La moral pertenece a esta sociedad, o a esta otra: hay tantas morales como sociedades. La pureza es una, vayas a donde vayas es la misma, como el sabor del mar: vayas a donde vayas es salado.
Las sociedades son mu­chas, las morales son millones. Las sociedades cambian, las morales cambian. La pureza es eterna: trasciende el tiempo y el espacio. Trasciende clima y países. Tras­ciende cuanto está hecho por el hombre. La pureza no está he­cha por el hombre, nació con ella y de él depende si la cultiva o la olvida.

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