lunes, 25 de noviembre de 2013

¿Para que sirven los hermanitos?

Dijo la nena:
"Mis padres a veces quieren salir y quieren que me quede con mi hermanito a cuidarlo. La psicóloga me dijo que hay que respetar los roles."
Tiene razón la nena, de quince años aproximadamente, ojos vivaces, pantalones ajustados y rotos, deshilachados, hablando a mil por hora.
Tiene razón, cada uno en su rol.
Pero pensemos un instante. Sospecho que la madre no le dijo que amamante al nene ni que le lave la ropita y menos que se la planche y seguramente le dejó preparada la mamadera o la papilla.
De modo que no le tocaba cumplir el rol de madre, se le pedía que cumpliera con el rol de hermana mayor. Que para eso son hermanos. ¿O son hermanos únicamente cuando ella quiere jugar con el nene y divertirse con él en momentos de aburrimiento o cuando fallan los ami­gos?
¿Qué es un hermano? ¿Para qué sirve un hermano? Cualquiera que sea la respuesta tendrá que decirse que hermano, hijo, padre, tío, vecino es una relación. No es una situación de uno solo. Uno no puede ser hermano a menos que tenga a otro que sea a su vez su hermano.
Y toda relación es un conjunto de fluencias, confianzas, límites y libertades entre unos y otros, o no es nada.
El tipo de hijo no se elige, como tampoco se elige, por cierto, el tipo de padre. Pero la relación se elige. Cómo me voy a comportar con eso que he engendrado ya es un pro­blema y hay que elegir.
De manera que le dije a la niña:
—No se te pide que seas madre ni que seas padre; se te pide que seas la hermana que eres. Es tu deber
Escuchó la palabra deber y los ojos se le oscurecieron, la boca se le abrió y me miró como a un monstruo, un protodinosaurio.
—¿Deber? Cómo puedes hablar de deber. ¿Qué deber? ¡Eso es quitar la libertad!
Había pronunciado una palabra terrible, imperdona­ble: Deber.
Me olvidé de que no figuraba ya en el diccionario de los seres humanos posmodernos.
—¿Cómo pude haber cometido torpeza tan grande? —me reprochaba.
Sonreí. Pero creo que no me salió la sonrisa pertinente. Le dije:
—Mira, flaca...
Para ponerme a tono, para hacerme amiga de ella, para que me perdonara la vida.
Finalmente me cansé, de mis teatros, de mis miedos, de mis vacilaciones y reflexioné que debería ser consecuente y arriesgar la vida si fuera necesario, pero decirle la verdad, toda la ver­dad o al menos una parte de ella. Y la verdad es que vive en una relación donde se generan compromisos aunque se detesten, la verdad de la convivencia tiene su costo y sus alternativas son limitadas o acepta a cuidar al nene o enfrenta los conflictos con los padres. 

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