lunes, 22 de abril de 2013

Alimentando al niño


Al nacer el niño uno de los actos más valiosos para ambos es el cruce de las energías que se generan ante el acto de dar el pecho al niño, o dicho en otras palabras en el momento de alimentarlo. Surgen las primeras reacciones emocionales derivadas de un acto único e irrepetible; “una madre alimentando a su hijo” Y aunque sabemos perfectamente que el posparto es una situación delicada en materia de emociones encontradas para la madre, no le impide en muchas ocasiones realizar su primer acto de amor, de  alimentar por ella misma a su hijo. Y si te pierdes de estos momentos tan valiosos porque la crisis del posparto te ha invadido, o temes dañar a tan frágil cuerpecito o simple y sencillamente lo evades argumentando que la leche se te ha ido, te estarás perdiendo de momento en que las energías de dos almas se encuentran.  Si las energías de dos almas; una que fue capaz de dar vida y otra que toco el mundo con total pureza. Es justo en el momento de alimentar al niño cuando se crea todo un despliegue de energías. Pues la madre no estará dándole solamente leche, como siempre se ha pensado. La madre estará desplegando energía y sentimientos palpables solo para ellos; la madre al dar el pecho y el niño  al recibir la leche.  Cuando una madre abraza a su hijo, la energía fluye. Esa energía es invisible, la llamamos amor, calor,  ternura. Algo se transmi­te de la madre al hijo y no sólo de la madre al hijo, del hijo a la ma­dre también. Por eso una mujer nunca está tan hermosa como cuando se convierte en madre. Antes, faltaba algo, no estaba completa, el círculo estaba roto. Siempre que una mujer se convierte en madre, el círculo se completa. Le llena una gracia de un origen desconocido. Y no sólo está alimentando al niño, el niño también está ali­mentando a la madre. Están felizmente el uno «dentro» del otro.
Y ninguna otra relación es tan cercana. Ni la relación de los amantes que están tan cerca, porque el niño viene de la madre, de su misma sangre, su carne y sus huesos; el niño es una extensión de su ser. Nun­ca más volverá a suceder esto, porque nadie puede ser tan cercano. Un amante puede estar cerca de tu corazón, pero el niño ha vivido dentro de tu corazón. Durante nueve meses ha sido parte de la ma­dre, unidos orgánicamente, siendo uno. La vida de la madre era su vida, la muerte de la madre hubiera sido su muerte. Esto continúa incluso más adelante, cuando el niño crece: existe una transmisión  de energía, una comunicación de energía, un lazo de energía.
El niño asocia desde el principio las ideas de comida y amor. Se convierten en dos caras de la misma moneda. Su objeto de amor y su objeto alimenticio es el mismo. No sólo la madre, sino el pecho en particular: el niño consigue del pecho el alimento, el calor y la sensación de amor.

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