jueves, 15 de noviembre de 2012

La ira en el niño

Observa a un niño pequeño enfadado... es tan ilógico que de pronto miramos la belleza de la ira. Pero espera… tiene su fin esa belleza.
Tu pequeño tiene todo su ser en eso. Esta radiante. Su rostro se pone rojo.
¡Un niño tan pequeño parece tan poderoso que da la impresión de que es capaz de destruir el mundo entero!
¿Y qué sucede con el niño después de que se ha en­fadado?
Pasados unos pocos minutos, unos pocos segundos, todo cambia está feliz, bailando y corriendo otra vez, por la casa.
¿Por qué esto no pasa con el adulto?
Porque te mueves de una falsedad a otra. La ira no es un fenómeno dura­dero, por su propia naturaleza es algo momen­táneo.
Si la ira es real, dura unos pocos momentos; y mientras dura; es auténtica, es hermosa. No hace daño a nadie. Es una emoción real y espontánea no puede dañar a nadie. Solo la falsedad daña. En un hombre que puede enfurecerse espontáne­amente la ira desaparece a los pocos segun­dos y vuelve a relajarse hasta alcanzar el otro ex­tremo. Se convierte en un hombre infinitamente cariñoso.

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