miércoles, 18 de julio de 2012

vuélvete un niño...


La capacidad de jugar es uno de los aspectos más reprimidos del ser humano. Todas las sociedades, culturas y civilizaciones, se han opuesto a esa capacidad porque una persona juguetona nunca es seria.  Una persona alegre nunca podrá ser dominada, nunca desarrollará ambición, nunca se le podrá imbuir de ambición de poder, de dinero, de prestigio.
Nadie tiene muerto a su niño interior.  El niño no muere cuando creces; el niño pervive.  Todo lo que has sido permanece en tu interior hasta tu último aliento.
Pero la sociedad siempre teme a la gente que no es seria.  La gente que no es seria prefiere disfrutar de la existencia.  Pero disfrutar de la existencia no te aportará prestigio, no te hará poderoso, no satisfará tu ego. Y el mundo del hombre gira en torno a la idea del ego.  La capacidad de jugar se opone a tu ego.  Ve y compruébalo por ti mismo.  Ponte a jugar con niños y verás cómo tu ego desaparece, verás cómo te conviertes de nuevo en un niño.  Y no sólo es cierto respecto a ti; es cierto respecto a todos.
Y debido a que el niño en tu interior ha sido reprimido, tú reprimirás a tus hijos.  Nadie permite a sus hijos que bailen y canten y griten y salten.  Por razones triviales –quizás porque puedan romper algo, quizá porque puedan mojarse la ropa bajo la lluvia si salen afuera-, por pequeñas cosas, una gran cualidad espiritual –la capacidad de jugar- ha sido completamente destruida.  El niño obediente es ensalzado por sus padres, por sus maestros, por todo el mundo, mientras que el niño juguetón es condenado.  Su juguetonería puede ser absolutamente inocua, pero es condenado porque existe un potencial de peligro de rebelión.  Si el niño se desarrolla con la plena libertad de ser juguetón, se convertirá en un rebelde. 
El rebelde es, fundamentalmente, natural.  El niño obediente casi está muerto; por eso sus padres son muy felices, porque siempre está bajo control.
El hombre está extrañamente enfermo: desea controlar a los demás.  Y controlando a los demás, tu ego se encuentra bien; te conviertes en alguien especial.  Y también uno mismo quiere ser controlado porque si eres controlado dejas de ser responsable.  Por todas esas razones, la capacidad de jugar es aplastada, ahogada, desde el principio y entonces la gente empieza a tener miedo de su propia capacidad de disfrute, tiene miedo de “perder el control”.
Y ¿de dónde surge ese miedo?  El miedo es implantado por los demás: contrólate siempre, sé siempre disciplinado, respeta siempre a los de más edad, sigue siempre a los padres, a los maestros; ellos saben lo que te conviene.  Nunca te permiten que tu naturaleza se manifieste.
Lenta, lentamente, empiezas a cargar interiormente con tu niño sin vida.  Tu niño interior sin vida destruye tu sentido del humor: eres incapaz de reír volcando tu corazón; eres incapaz de jugar; eres incapaz de disfrutar de los detalles de la vida.  Te vuelves tan serio que tu vida, en vez de expandirse, empieza a encogerse.
Nunca deberías permitir que tu niño muriera.  Nútrelo y no temas que se descontrole.  ¿Adónde puede ir?  Y aunque se descontrolara, no ocurría nada.  ¿Qué puedes hacer fuera de control?  Puedes bailar como un loco, reír como un loco, saltar y correr como un loco… puede que la gente te crea loco, pero ése es su problema.  Si tú disfrutas con ello, si esto te nutre, entonces no importa, aunque se convierta en un problema para el resto del mundo.

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