Cuando
una madre está alimentando a su hijo, no está dándole solamente leche, como
siempre se había pensado. Pues cuando una madre abraza a su hijo, la energía
está fluyendo. Esa energía es invisible, la llamamos amor, calor, ternura. Algo se transmite de la madre al
hijo y no sólo de la madre al hijo, del hijo a la madre también. Por eso una
mujer nunca está tan hermosa como cuando se convierte en madre. Antes, falta
algo, no está completa, el círculo estaba roto. Siempre que una mujer se
convierte en madre, el círculo se completa. Le llena una gracia de origen
desconocido. Por eso no sólo está alimentando al niño, el niño también está alimentando
a la madre. Están felizmente el uno «dentro» del otro.
Y
ninguna otra relación es tan cercana. Ni los amantes están tan cerca, porque el
niño viene de la madre, de su misma sangre, su carne y sus huesos; el niño es
Sólo una extensión de su ser. Nunca más volverá a suceder esto, porque nadie
puede ser tan cercano. Un amante puede estar cerca de tu corazón, pero el niño
ha vivido dentro de tu corazón. Durante nueve meses ha sido parte de la madre,
unidos orgánicamente, siendo uno. La vida de la madre era su vida, la muerte de
la madre hubiera sido su muerte. Esto continúa incluso más adelante: existe una
transmisión de energía, una comunicación
de energía.
El
niño asocia desde el principio las ideas de comida y amor. Se convierten en dos
caras de la misma moneda. Su objeto de amor y su objeto alimenticio es el
mismo. No sólo la madre, sino el pecho en particular: el niño consigue del
pecho el alimento, el calor y la sensación de amor.
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