viernes, 18 de noviembre de 2011

alimentando al niño

Cuando una madre está alimentando a su hijo, no está dándole solamente leche, como siempre se había pensado. Pues cuando una madre abraza a su hijo, la energía está fluyendo. Esa energía es invisible, la llamamos amor, calor,  ternura. Algo se transmi­te de la madre al hijo y no sólo de la madre al hijo, del hijo a la ma­dre también. Por eso una mujer nunca está tan hermosa como cuando se convierte en madre. Antes, falta algo, no está completa, el círculo estaba roto. Siempre que una mujer se convierte en madre, el círculo se completa. Le llena una gracia de origen desconocido. Por eso no sólo está alimentando al niño, el niño también está ali­mentando a la madre. Están felizmente el uno «dentro» del otro.
Y ninguna otra relación es tan cercana. Ni los amantes están tan cerca, porque el niño viene de la madre, de su misma sangre, su carne y sus huesos; el niño es Sólo una extensión de su ser. Nun­ca más volverá a suceder esto, porque nadie puede ser tan cercano. Un amante puede estar cerca de tu corazón, pero el niño ha vivido dentro de tu corazón. Durante nueve meses ha sido parte de la ma­dre, unidos orgánicamente, siendo uno. La vida de la madre era su vida, la muerte de la madre hubiera sido su muerte. Esto continúa incluso más adelante: existe una transmisión  de energía, una comunicación de energía.
El niño asocia desde el principio las ideas de comida y amor. Se convierten en dos caras de la misma moneda. Su objeto de amor y su objeto alimenticio es el mismo. No sólo la madre, sino el pecho en particular: el niño consigue del pecho el alimento, el calor y la sensación de amor.

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